Rafael Nadal, emperador de la tierra batida y actual rey del mundo está de vuelta. Muchas eran las dudas, los malos presentimientos, los pálpitos contrarios, los malditos augurios sobre la victoria de Nadal en su elemento favorito. Al final, la neblina que no dejaba vernos que estamos ante un portento de la naturaleza, ante un ser superior que toma la raqueta como una prolongación de su brazo y al que el contacto entre la tierra batida y sus zapatillas NIKE le hacen más fuerte y rápido.
No sólo ganó, sino que convenció. Como lo hacen los grandes. Además pudo vengarse, tomarse su particular revancha con el hombre que empezó a cavar una tumba para Nadal.
Robin Soderling le apeo la temporada pasada en los octavos de final, una eliminación tempranera para alguien del carácter de Rafa. Aquel día comenzó un calavrio de lesiones físicas y seguramente psíquicas. Pero el destino es justo y ha dejado que Nadal pueda demostrar que es imparable y que por nada del mundo va a dejar de ganar. Es, nuevamente, el Nº1 de la ATP, un logro impresionante que agranda su figura de titan con piel de simple mortal.
En tres sets derribó los cañones suecos de un Soderling que soñaba vencer en su segunda final consecutiva. Había conseguido alzarse con la victoria ante rivales de la talla de Roger Federer, su verdugo la temporada pasada, o Thomas Berdych, un jugador con altibajos y muy peligroso estando en forma. Gran favor nos hizo cargándose a los Centroeuropeos.
Hoy nos hemos podido levantar y ver que fue realidad, que ayer Nadal volvió a alzarse con solemnidad y justicia su Grand Slam favorito. Ahora toca abandonar su territorio para pelear en la hierba, llevarse la victoria y que empecen a temblar los grandes de la historia, porque su trono puede tambalearse si al Rey Nadal le da por engalanarse con la suerte y la victoria.
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